El trono, tal y como nos llega en la actualidad, es una mezcla de elementos de distintas épocas unificados en una misma estética de carácter neobarroco, con ciertas singularidades debidas a su diferente autoría. Resulta muy evidente que la concepción de los brazos-candelabro, que se unen en la corona central formando un templete, son de datación anterior, de mayor calidad artística y de un gran barroquismo, como grandes volutas ascendentes que se desarrollaran en retorcidos movimientos, siendo a la vez los elementos decorativos de mayor singularidad y con un carácter iconográfico y funcional muy estudiado; de la misma época podemos datar la peana con nube sobre la que es colocada la imagen de la Virgen. Posiblemente todos estos elementos corresponden a la segunda mitad del s.XIX.
Mientras la plataforma que sirve de base al conjunto, de forma rectangular y compuesta por tres niveles piramidales, es de menor interés a nivel artístico, con numerosas tallas pero de gran sencillez, y una cronología bastante posterior, quizás más próxima a la estética ecléctica de los primeros años del s.XX, donde se juega con las policromías y el dorado de forma equilibrada.
Según vemos en fotos anteriores al año 36 ya desfilaba de este modo el trono por las calles murcianas, apreciándose la belleza y espectacularidad del conjunto.
Los materiales en que está elaborada la obra son la madera tallada y se aprecian distintos acabados, correspondientes con la datación de los elementos. Los brazos y la corona central tienen un recubrimiento de plata corlada, probablemente el original, forma de abaratar los costos del dorado, mientras la peana es en oro fino y la nube en plata, quizás por ser el elemento que sirve de base y va más en contacto con la imagen de la Virgen; mientras que el trono, que nos llega totalmente repintado, lleva restos solo de purpurinas y pintura, sin tener siquiera la preparación habitual de estucos y bol que es necesaria para el dorado, por lo que se puede afirmar que nunca fue dorado, ya que iba directamente pintado sobre la madera.
Los brazos llevan una estructura de hierro macizo, signo evidente de que en origen no iba preparado para la instalación eléctrica que más tarde le fue añadida, por lo que la iluminación era de cera.
El estado de conservación era pésimo, las roturas, pérdidas de elementos y revestimientos, infestación por xilófagos, etc. hacían de la obra un auténtico deshecho.
Siguiendo los criterios de máximo respeto al original y mínima intervención, y siempre bajo la supervisión de los técnicos responsables del Centro de Restauración de Verónicas, de la CARM,se procede en primer lugar a realizar un análisis exacto del estado de conservación de todos y cada uno de los materiales que componen la obra, llegando a la conclusión, dado el pésimo estado general, de que resulta totalmente inviable la conservación de los recubrimientos con que nos llega. Por ello se opta por la reposición de todas las faltas y la completa aplicación de revestimientos, siguiendo el esquema de color y materiales que habíamos documentado en el original, con la variante de un recubrimiento de pan de oro, sustituyendo la plata corlada que era el recurso para abaratar los costos de la obra y que luciera lo mas parecida posible a los dorados.
El resultado es la total recuperación de la obra, que vuelve a cumplir su funcionalidad, como trono procesional.
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