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martes, 31 de marzo de 2020

CHISMES Y RECUERDOS: EL CARNÉ DE BAILE, EL MONEDERO Y UNOS BINOCULARES DE TEATRO


De entre los muchos chismecitos antiguos llegados a mi por distintas herencias familiares, estas tres piezas que hoy os muestro y que guardo como pequeños tesoros, por desgracia algo deteriorados, son de las que más me hacen volar la imaginación, aun sin saber a quién pudieron pertenecer.



            Se trata de objetos femeninos de uso lúdico y eso, entre la cacharrería doméstica que se suele heredar, le da un especial valor.
            A las señoritas que entraban en esa edad que decían entonces "de merecer", al parecer se les regalaba, cuando eran confirmadas en la fe católica o cuando hacían su "puesta de largo", unos delicados juegos compuestos habitualmente de un pequeñísimo monedero, no necesitaban más puesto que, como decía la canción popular, las niñas bonitas no pagaban dinero, y una también mínima agenda-carnet de baile, tan absolutamente pequeña que difícil sería anotar cualquier cosa en ella. 
El carné de baile fue un elemento indispensable en el protocolo social durante el siglo XIX. Los caballeros solicitaban a las señoritas por anticipado el honor de bailar una pieza y, si ellas aceptaban, ambos anotaban en sus respectivos carnés el baile comprometido. Al empezar a sonar los primeros compases, el caballero se acercaba a la dama e inclinándose ligeramente le ofrecía el brazo derecho, comenzando a danzar con el vals, la polca o  la pavana de moda. Este pequeño objeto, igual que pasa con el lenguaje de los abanicos, tenía su propio código, de modo que al caballero se le facilitaba información del estado civil de la dama mirando el material con que estaba hecho. Las solteras lo llevaban de nácar o carey con nácar, las casadas de marfil y las  viudas de azabache.
El conjunto que os enseño es de origen francés, donde entonces y durante mucho tiempo se marcaban las tendencias de la moda,  realizadas ambas piezas en auténtico carey, de forma rectangular y con los bordes redondeados. Las tapas superiores están profusamente decoradas con incrustaciones de nácar que orlan en el centro un pequeño escudo y en los extremos dos guirnaldas vegetales en oro. En la tapa posterior hay una pequeña estrella dorada en el centro. El interior de las dos piezas está forrado con moaré de seda violeta, un tanto descolorida. 
En el caso de la agenda-carné de baile nos falta un pequeño lápiz forrado de metal, que servía para mantener cerrado el estuche, amén de para su uso habitual. En su interior nos encontramos con unas hojas en blanco al inicio, las que servían para anotar los bailes, una pequeñísima agenda con los días de la semana y escaso espacio para el apunte de cualquier cosa y en la zona central un santoral, que en este caso nos ha dado información de la última vez que debió ser utilizado, allá por 1867, puesto que las hojas podían ser sustituidas al estar simplemente sujetas con un hilo. Para poder consultarlo, salvo que entonces tuvieran mejor vista que hoy en día, se necesitaría una gran lupa de aumento. Gracias a ampliar la fotografía he podido leerlo y aquí lo muestro.


        Por último el tercer objeto, unos binoculares de teatro, de los llamados Jumelle Duchesse, por su origen francés, de latón y marfil. La palabra francesa "Jumelle", que significa gemelo, se usó desde principios del siglo XIX para estos prismáticos pequeños pero potentes, con lentes de 12 aumentos.
Ya sabemos que en el siglo XIX, asistir al teatro era un acto social de primer orden. Todas las ciudades, por pequeñas que fueran, tenían al menos uno y actuaciones durante todos los días del año, excepto en Cuaresma. Desde los palcos, durante el espectáculo o en los descansos, las jóvenes solteras lanzaban furtivas miradas a sus pretendientes, mientras las damas curioseaban para poder criticar los vestidos y joyas de las demás con sus prismáticos. Un gran divertimento¡¡
 
Espero haber podido entreteneros un rato. Hasta la siguiente entrega, cuidaros mucho.

lunes, 23 de marzo de 2020

CHISMES Y RECUERDOS DOMÉSTICOS: LOS PISAPAPELES DE CRISTAL


Tras el confinamiento obligado en casa desde hace 18 días, hoy  me dispongo a entretenerme y, si es posible, entretener a aquellos curiosos que entran a nuestro blog.
No voy a hablar, de momento, de las restauraciones que hacemos; voy a darle un repasito a esos chismes que de alguna manera han ido llegando a mi casa y a los que les tengo un gran cariño. Muchos de ellos serán parecidos o iguales a vuestros chismecicos queridos, os invito a ir descubriendolos.

Y hoy tocan:

Los pisapapeles de cristal.

Seis tengo, dos de ellos regalos de juventud, los otros cuatro heredados.
Como veis el motivo fundamental son las flores y suelen ser pequeñas obras de arte en vidrio, especialmente los antiguos.
Los conocemos como pisapapeles, pero los que saben de esto les llaman “pesas” o “pesos” pues ese era su fin cuando fueron creados.
A mediados del siglo XIX el uso de papel se generalizó, por otra parte las casas se tenían que ventilar abriendo ventanas y el papel apilado en las mesas de despacho o gabinetes volaba al menor descuido, que mejor forma de sujetarlo que con estas delicadas piezas, por otra parte símbolo del estatus de su propietario.
Parece ser que su invento se debe al vidriero veneciano Pietro Bigaglia, que en la exposición industrial de Viena de 1845 expuso varios pisapapeles de cristal de los denominados millefiori, una técnica que juntaba docenas de barras de cristal coloridas dentro de una bóveda del vidrio claro. Pero quienes después se alzaron con la producción más deseada y exclusiva fueron los vidrieros franceses, Bacarat y St. Louis, destacando los de Clichy, cuyos modelos son hoy en día los más valorados.


Aunque su valor no es especialmente alto, no suelen superar los 100€, exceptuando las piezas antiguas raras, muy buscadas por los coleccionistas, su valor estético hace de estas pequeñas piezas una colección deliciosa y que ocupa poco en los escasos metros de nuestras viviendas actuales.