De entre los muchos chismecitos antiguos llegados a mi por
distintas herencias familiares, estas tres piezas que hoy os muestro y que
guardo como pequeños tesoros, por desgracia algo deteriorados, son de las que más me hacen volar la imaginación, aun sin saber a quién pudieron pertenecer.
Se trata de objetos femeninos de uso
lúdico y eso, entre la cacharrería doméstica que se suele heredar, le da un
especial valor.
A las señoritas que entraban en esa
edad que decían entonces "de merecer", al parecer se les regalaba, cuando eran
confirmadas en la fe católica o cuando hacían su "puesta de largo", unos delicados juegos compuestos habitualmente de
un pequeñísimo monedero, no necesitaban más puesto que, como decía la canción
popular, las niñas bonitas no pagaban dinero, y una también mínima agenda-carnet
de baile, tan absolutamente pequeña que difícil sería anotar cualquier cosa en ella.
El carné de baile fue un elemento
indispensable en el protocolo social durante el siglo XIX. Los
caballeros solicitaban a las señoritas por anticipado el honor de bailar una pieza y, si
ellas aceptaban, ambos anotaban en sus respectivos carnés el baile
comprometido. Al empezar a sonar los primeros compases, el caballero se
acercaba a la dama e inclinándose ligeramente le ofrecía el brazo derecho, comenzando
a danzar con el vals, la polca o la
pavana de moda. Este pequeño objeto, igual que pasa con el lenguaje de los
abanicos, tenía su propio código, de modo que al caballero se le facilitaba
información del estado civil de la dama mirando el material con que estaba
hecho. Las solteras lo llevaban de nácar o carey con nácar, las casadas de
marfil y las viudas de azabache.
El conjunto que os enseño es de origen francés,
donde entonces y durante mucho tiempo se marcaban las tendencias de la moda, realizadas ambas piezas en auténtico carey, de
forma rectangular y con los bordes redondeados. Las tapas superiores están
profusamente decoradas con incrustaciones de nácar que orlan en el centro un pequeño
escudo y en los extremos dos guirnaldas vegetales en oro. En la tapa posterior
hay una pequeña estrella dorada en el centro. El interior de las dos piezas
está forrado con moaré de seda violeta, un tanto descolorida.
En el caso de la agenda-carné de
baile nos falta un pequeño lápiz forrado de metal, que servía para mantener
cerrado el estuche, amén de para su uso habitual. En su interior nos
encontramos con unas hojas en blanco al inicio, las que servían para anotar los
bailes, una pequeñísima agenda con los días de la semana y escaso espacio para
el apunte de cualquier cosa y en la zona central un santoral, que en este caso
nos ha dado información de la última vez que debió ser utilizado, allá por
1867, puesto que las hojas podían ser sustituidas al estar simplemente sujetas con un hilo. Para poder consultarlo, salvo que entonces tuvieran mejor vista que hoy
en día, se necesitaría una gran lupa de aumento. Gracias a ampliar la
fotografía he podido leerlo y aquí lo muestro.
Por último el tercer
objeto, unos binoculares de teatro, de los llamados Jumelle Duchesse, por su
origen francés, de latón y marfil. La palabra francesa "Jumelle", que
significa gemelo, se usó desde principios del siglo XIX para estos prismáticos pequeños
pero potentes, con lentes de 12 aumentos.
Ya sabemos que en el siglo XIX, asistir al teatro
era un acto social de primer orden. Todas las ciudades, por pequeñas que
fueran, tenían al menos uno y actuaciones durante todos los días del año,
excepto en Cuaresma. Desde los palcos, durante el espectáculo o en los
descansos, las jóvenes solteras lanzaban furtivas miradas a sus pretendientes,
mientras las damas curioseaban para poder criticar los vestidos y joyas de las
demás con sus prismáticos. Un gran divertimento¡¡
Espero haber podido entreteneros un
rato. Hasta la siguiente entrega, cuidaros mucho.